Pensar a Cuba, pensarnos, explicar cómo nos vemos, cómo creemos ser vistos...

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miércoles, 14 de noviembre de 2012

El regalo de Dios


El único decorado de nuestra sala era un enorme Corazón de Jesús, enmarcado en amarillo oro. Casi todas las noches papá nos hacía poner de rodillas frente al cuadro y pedirle "Papá Dios, yo quiero que venga la luz", en los largos y sistemáticos apagones nocturnos. O bien, "Papá Dios, que mamá no se enferme", y algunos otros ruegos, cada una de las tres hermanas por su cuenta y en silencio; yo, por ejemplo, oraba cada vez que se me daba la oportunidad sin que me vieran: "Papá Dios, que no vayan a la escuela a vacunar". Una noche a oscuras y con lluvia, papá nos dijo que si las tres nos arrodillábamos y pedíamos cada una, en orden de mayor a menor, con fuerza, las palmas juntas a la altura del pecho y mirando fijamente a los ojos del Corazón de Jesús, con toda seguridad nuestro deseo se cumpliría al día siguiente. Ya empezaba a quebrantarse nuestra fe porque la luz casi nunca venía cuando lo pedíamos y por otros muchos ruegos no atendidos a pesar de aquella vehemencia inducida. Pero no teníamos opción, así que cada una, de rodillas y en orden de nacimiento, repetía la frase que él nos indicó: "Papá Dios, yo quiero que papá se gane un televisor mañana". Dicho tres veces, con ímpetu y mirando a los ojos lánguidos de aquel óleo apócrifo, solo había que esperar a la tarde siguiente. ¡Esta vez funcionó! Papá había sido seleccionado Trabajador de Avanzada en las oficinas del INRA y el sindicato le otorgó por voto unánime un bono para que comprase un televisor Electrón soviético en blanco y negro que captaba solo la señal del canal seis. Lo siguiente sería más fácil para Dios: hacer que se captara también el canal dos para que papá pudiera ver las películas de María Félix y Pedro Infante.