El arte de la espera es el
título de un excelente ensayo histórico del profesor cubano Rafael Rojas que
leí con atención recién salido el libro en España.
Luego medité sobre lo que,
según Rojas, se ha convertido en Cuba en un arte: esperar.
No enumeraré qué hemos esperado
los cubanos. Sobre lo que esperamos. Las respuestas son infinitas, tantas como
lectores e ideologías reflexionen sobre el asunto. Unos se preguntarán por qué
seguimos esperando los cubanos; otros, qué esperamos… Y así, todos los
pronombres interrogativos.
Yo misma he escrito más de una
vez sobre el tema de la espera, más bien he descrito esas actitudes
inconscientes y cotidianas de la espera. Saludas y casi seguro te responderán,
“Aquí, esperando a ver qué pasa”.
¿Somos culpables de esperar? Solo
inconsciente e involuntariamente.
Por más de medio siglo
escuchando el consejo de esperar, tener paciencia, en adelante sí, el futuro
está ahí, a la espera de nosotros…, etc., hemos transitado generaciones de
cubanos que, por otra parte, solo hemos tenido al alcance de la mano ese medio:
esperar. Ya no sabemos qué, solo sabemos que estamos esperando.
Foto publicada por El Confidencial |
Y llega Francisco a La Habana…
Yo, que soy recalcitrantemente
atea, he tenido unos destellos de esperanza estos días, víspera de la visita de
este Papa a Cuba. Por tres razones que me han hecho… esperar, claro. La
primera: no estaba en la agenda de Francisco visitar Cuba; es decir, si la
incluyó sería por motivos de mucho peso. La segunda: es él quien está mediando
en el deshielo Washington-La Habana. La tercera: hemos visto por dónde va su
pontificado, claramente dedicado a una obra más pragmática que teológica, más cerca
de los pobres de la tierra, vaya, que del reino de Dios.
Veo, más bien observo, la
llegada a Cuba, el recibimiento, la marcialidad, a mi juicio exagerada, de los
honores con el que reciben al Jefe del Estado Vaticano. Hasta ahí, podría decir
que muy bien, que es lo que corresponde. Pero los dieciocho kilómetros desde
Boyeros hasta la Nunciatura Apostólica en Miramar, dejan claro hasta para un
ciego, qué vería este Papa en todos los días de su visita: un cordón policial
de dieciocho kilómetros de largo colocado delante de la gente que esperaba para
ver pasar la comitiva papal. Es verdad que iban de paisanos, pero ser, eran,
eso lo sabemos todos.
Luego en la Plaza de la
Revolución (merecería llamarse como originalmente: Plaza Cívica), más de lo
mismo: alguien se acerca a hablarle y es detenido, otros no pudieron llegar por
las mismas razones, otros más impedidos de llegar a la Nunciatura, donde él los
había invitado (extraoficialmente, Papa dixit). En fin, que Francisco, tan
cercano, tan antriprotocolar, tan dolor de cabeza para su guardia personal,
capaz de bajarse de su papamóvil para saludar a los enfermos, a los niños… no
vio lo inaccesible que ha sido en Cuba.
Él (Francisco, quiero decir),
mientras, va y se reúne con Fidel Castro en privado; luego declaran que no ha
habido conversación sobre temas políticos, unas imágenes de Castro frente al
visitante, Dalia al lado, de pie… Y nada más. O eso dicen.
Fuente Univisión |
Ninguna mención a la larga
espera. Ni a los presos políticos. Ni a la oposición, que existe, lo saben
todos. Ni al sufrimiento de un pueblo sometido. Ni a la existencia miserable de
millones de fieles e infieles.
Las opiniones –y los corazones–
están divididas: ha mantenido una postura muy diplomática para no dañar las
conversaciones con Washington; hay cosas que se solucionan sin hacerlas
públicas, lo hizo Pío XII, lo hizo San Juan Pablo II, al parecer lo intentó
Benedicto XVI…, etc. Por otro lado, la pregunta, ¿Y entonces para qué fue a La
Habana? ¿Qué señales hay que advertir en esta visita que no estaba en su
agenda?
Es verdad que en la primera
misa dijo “se sirve a las personas, no a las ideologías”. ¿Y qué más,
Francisco? ¿No sabes que esa frase la han usado los dos Castro a lo largo de 62
años ya (sí, desde 1953, recordar el famoso alegato del Moncada)? Ellos, los
Castro, afirman haber consagrado su vida a “su pueblo”, por tanto, han servido
a las personas, no a una ideología, por lo tanto, esa única frase, Francisco,
no nos sirve.
A mí me has defraudado, Francisco. Vuelvo a mi escepticismo: nadie me venga con eso de que “algo se mueve en Cuba”. Continúa la espera.