Pensar a Cuba, pensarnos, explicar cómo nos vemos, cómo creemos ser vistos...

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jueves, 24 de enero de 2013

Cubanos en el avión



Hace muchos años, un amigo me decía que uno de los recursos de los ucranianos con los que convivió mientras estudiaba allí en tiempos de la Unión Soviética, para enterarse de “la verdad”, era interpretar la noticia en sentido contrario a como había sido anunciada. ¡Vaya ejercicio intelectual!, comenté. Al día siguiente hice la prueba con el enetevé (noticiero nacional de televisión), con Granma (órgano oficial del Partido Comunista de Cuba) y con Juventud Rebelde (órgano…, ya saben de quién). ¡Funcionaba!
Aunque ya no puedo ver día a día el NTV, intento mantenerme más o menos actualizada en las noticias que se generan en Cuba o sobre Cuba. Toca pensar en la autorización de salida sin Carta de Invitación (con mayúsculas, ya verán por qué) ni Carta Blanca (que también). Aquella vieja práctica ucraniano-soviética sigue funcionando: lo dicho es lo contrario de lo que se quiere decir. Me explico.
Todos los cubanos que viven de forma permanente en Cuba son libres para viajar al extranjero. ¿A qué tipo de libertad se refiere esta decisión? A algo tan simple como hacerse un pasaporte y usarlo cuando a uno le venga en ganas… Y pueda.
Porque ser libres para viajar implica ser libres para usar el dinero que se ha ganado honradamente. Parto de ese supuesto: honradamente.
Primero se autorizó la compra-venta de automóviles en un país con un parque automotor tan envejecido que más bien merece ser renovado íntegramente. A continuación la compra-venta de casas, con un fondo habitacional en ruinas, listo para tirar y construir también íntegramente. Y ahora se puede viajar al extranjero. Ha comenzado la venta de ambos patrimonios para largarse… Quien pueda.
Para el resto, es decir, la mayoría de los ciudadanos, ¿cuánto cuesta hacerse el pasaporte? Cien ceucés (o cucos, como gustan decir muchos). Y eso, ¿cuánto tiempo lleva ahorrarlos? Para un salario medio de un médico o un profesor, por ejemplo, que gana 525 pesos al mes, comprando ceucés en las cadecas (Casas de Cambio, oficinas oficiales para canje de moneda), tomaría cinco salarios completos; o sea, cinco meses sin comer, vestirse, pagar la luz y el agua…, ni él ni su familia: ¡todo para el pasaporte!
Y comprar el billete, ¿qué tiempo le tomaría ahorrar para comprarse un billete para ir, por ejemplo, a Miami? Como hay que comprar billete de ida y vuelta, serían más o menos dos años y casi dos meses sin tocar un centavo del salario. Por lo tanto, suponiendo que ya disponga de pasaporte y billete de avión, ha tardado más de dos años y medio… Ergo, llevaba menos tiempo tener una Carta de Invitación que había que validar en el país emisor, luego en Exteriores de Cuba (previo paso por el ministerio correspondiente), o la Carta Blanca, por la que oficialmente se esperaba de seis meses a un año.
Hay más: hace falta ropa y zapatos adecuados, porque, bromas aparte, no vas a salir de Cuba con la maleta de madera ni el safari con el que fuimos a Angola en los ’70. Digamos que dos meses más de ahorro, y algo de suelto en el bolsillo para poder pagarse una coca-cola en el aeropuerto (de salida y de llegada). Total, que se pueden ir tranquilamente tres años de tu vida para llegar a un sitio donde deberán esperarte unos parientes, unos amigos, cuando menos algún conocido al que avisaste por sms (cuesta casi un ceucé enviarlo desde Cuba) que no podrá ausentarse de su trabajo, ¡muchacho, ni loco; no es fácil quedarse sin pincha, que esto está en candela!, que los paseará por los sitios emblemáticos, dígase Little Havana, museo del balsero…, y sitios espectaculares donde hacerse las indispensables fotos que dejen sobrado testimonio del “viaje al Norte”, como se decía en los lejanos años ’60. El viajero habría preferido encontrarse un trabajito “por la izquierda, socio, que llegué aquí como el gallo de Morón”. Un trabajo que difícilmente aparecerá. O sí, que constancia, imaginación y voluntad del cubano no han dejado de estar a prueba de malos tiempos (léase siglos XX y XXI).
¿Qué viene a continuación? Muchos regresarán cambiados, como los que hacen el camino de Santiago, que aprovechan para verse por dentro y ya no son los mismos que antes de partir; otros vivirán las peores crisis de conciencia hasta que decidirán quedarse ilegalmente, con la esperanza de que el tiempo lo cure todo, hasta la separación. Otros se tomarán la coca-cola del olvido una vez que bajen del avión y saldrán a la zona nacional del nuevo país, dispuestos a lo que sea, con tal de no regresar. Parecerían muchos, pero al fin y al cabo serán una minoría, a quienes hijos, hermanos, sobrinos, pagarán un billete (y rezarán ¡por tu madre, virgencita, que no me quede sin trabajo ahora!) y sus historias serán las del sueño largamente esperado y finalmente hecho realidad.
Pero no siempre el nuevo país los deja quedarse. Vean lo que acaba de suceder en Ecuador. Porque lo obvio es que cada país tiene unas leyes migratorias que no pueden desconocerse, mal que lo hayamos llevado o lo estén llevando otros ahora. O de lo contrario, ahí están Haití, China, algunos países africanos, Venezuela…
Es triste querer irse de tu país, dejar tu tierra, tus amigos, tu familia, tus recuerdos…, tu mundo. Es difícil y no terminas nunca de ser de otra parte, aceptar que es tu nuevo mundo, que habrá nuevos amigos, tal vez nueva familia, nuevas experiencias… Cada vez que ves un avión o la estela de un avión en el cielo, no sabes muy bien si te vas o si regresas, no sabes si vas de visita o si estás de visita. Y al sitio donde llegas siempre le va a faltar algo en adelante: el país donde vives o el país donde has vivido.