Pensar a Cuba, pensarnos, explicar cómo nos vemos, cómo creemos ser vistos...

Escribir sobre ello y más.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Nacido el 20N


A las ocho de la mañana ya estaba en este mundo. Casi en silencio, porque los niños de estos tiempos sorprenden desde que están en el vientre de sus madres. Ahora duerme como un bendito y come como todos los niños con 24 horas de nacidos…
Yo, con todo este ajetreo que ha vivido España en medio mes, no presté atención a esa rara preocupación que me entra súbitamente cuando pasa más de una semana sin ver en mi bandeja de entrada un mensaje de la familia. En este post lo llamaré J. R., y es la primera carta que le escribe nadie en este mundo. Ahí voy:
Querido J. R.:
Has nacido un día muy señalado. Pero no porque en España se hayan celebrado elecciones generales y las haya ganado un partido que llevaba ocho años en la oposición, sino porque coincide con el cumpleaños de tu abuela, que pasa, allá en Cuba un día revuelto: es el primer año de sus 66 que celebra sin la compañía de la madre, tu bisabuela, un parentesco que tardarás en comprender. Y en medio de su soledad, la llamada de que acabas de nacer, como para filosofar, lo que pasa es que tu abuela es solo una buena mujer (para nosotros un ángel, pero seguramente eso lo dicen todos los hijos, yo la primera) y se ha pasado el día en un llanto, mitad tristeza, mitad alegría. Ella no ha tenido en el pensamiento la idea de que la vida es una sucesión acontecimientos, una renovación perpetua… Pero yo sí. Por lo tanto, me conocerás como la tía que te está dando la lata nada más llegar tú, qué le vamos a hacer, querido J. R., ¡es mi naturaleza!
Y hablando de naturaleza y de la personalidad de cada uno, desde ayer me estoy preguntando cómo serás dentro de 20 años (yo tendré la edad de la abuela), por dónde andarás, qué decisiones habrás tomado, qué lugar ocuparás allá donde vives. Para entonces tal vez conversemos en mi spanglish o en tu bilingüismo, sobre los que nos parecen los tiempos, porque tú, J. R. tienes que saber de esas cosas, no se puede pasar por la vida siguiendo el camino de los demás, el criterio de los demás. O imponiendo el tuyo a golpe de descalificaciones, de insultos o desfachatez. Te comento que en estos días he visto desde bastante cerca cómo es la naturaleza humana, he leído en el brillo de los ojos, en el rictus de los labios, en el ademán apenas esbozado, en la frase pronunciada a medias, en las promesas dichas con entereza en un minuto y pisoteadas al siguiente; he percibido esa pulsión nociva que es el afán de poder y las sutilezas que se entretejen fríamente para impedir que gente buena ocupe un lugar de servicio público. No me ha gustado nada, pero he aprendido a pasar entre los viles como entre los buenos: nada cuesta sonreír y a mí sonreír siempre me hace  mucho bien.
Pero no es un desastre el mundo al que has venido (quiero que de momento me creas). Hay gente buena, que también lo he visto en el brillo de los ojos, en las sonrisas sinceras y en la empatía que nos conecta cuando nos acercamos dispuestos a ver a nuestro lado una persona de bien. Tú abre todos los sentidos y no te dejes engañar por el ataque inmediato los millones de códigos que pueblan nuestro mundo, aprende a convivir con todas esas señales, pero también a escoger las que te sirvan para algo mejor, no te quedes entre las redes de lo banal, atraviesa todas las baratijas  que entretienen y embotan y ve, derecho, a convertirte en un hombre sabio, que en estos tiempos comienza por tener criterio propio y sentido común.
… perdóname, J. R., se me olvida que no sabes nada aún de todo lo que te cuento, ni siquiera que tienes una tía que escribe libros y a veces se le cruzan los cables y habla a la familia con este lenguaje; ya te dirán más adelante que no te preocupes, que tú también te acostumbrarás. A lo mejor puedo resumir todo con una frase de tu hermana, genial para mí, pues con sus seis años dijo a tu mamá: “Aprenderé mucho, porque así valdré por dos”.