Ha vuelto Cigüeña de las Nieves. Escuchamos su crotoreo mientras desayunábamos; a continuación dos o tres palomas revolotearon nerviosas porque ya se habían hecho a la idea de que el nido a la izquierda de la espadaña les serviría para algo (la izquierda termina siendo una oportunidad hasta para las palomas). La esperábamos desde enero, ¡y ha llegado con tanto retraso!
Lo lamentable no es la tardanza en aparecer, sino que ha encontrado un cigoñino muerto en el nido. El viento y ella misma han ido empujando lo que al principio me pareció solo una pluma de su propia cola, hasta que ha quedado más descubierto cada vez el cuerpo semidescompuesto.
Cigüeña de Las Nieves habrá hecho el viaje como todas, ya se sabe que un poco tardío, pero ha llegado a componer lo que ya nos parecía territorio de palomas okupas, y en lugar de salir al campo con el viento en contra en busca de pequeñas ramas ha pasado parte de la tarde mirando y picoteando un bulto informe y carcomido; tal vez sea su manera de despedirse de un congénere, su forma de decir hasta siempre.
Contemplo a Cigüeña de Las Nieves pensando en el camino que habrá recorrido, en la sorpresa de llegar y topar con tristes noticias y, a continuación, un vacío, un espacio que habrá de llenar poco a poco, que esto de salvar largas distancias para encontrarse con la muerte será cosa de todos los días, pero cómo cuesta hacerse a la idea de que este ser querido que miras por última vez ya no estará en la siguiente migración. Es ley de vida: bienvenida, Cigüeña de Las Nieves, al club de los que llevamos por dentro ausencias tan entrañables como irreversibles.
… y más:
He vuelto de Cuba en silencio. Hace exactamente un mes que aterricé, aquel 11 de febrero en el que Madrid apenas se veía, envuelto en la niebla sucia de la contaminación. Vine cargada de formidables emociones, con ganas de darles rienda suelta. Pero no pude. Hasta hoy, que abro mi cuaderno de apuntes y transcribo uno de esos poemas que se escriben de un tirón, cuando se vive tan intensamente como lo permite el encuentro raigal tan largamente deseado:
Yo quería ir a mi pueblo, al parque de mi pueblo
a ver pasar a los amigos. Yo tenía unos amigos
que hablaban con optimismo de la vida
de aquella, la que teníamos. Y de esta,
la que traje a compartir como una tregua.
Pero ellos son unos retratos descoloridos
que ya no beben café en la madrugada
ni comparten sus rones bajo la ceiba donde tantas veces
cantamos el optimismo de la vida.
Yo venía con todas las ganas de un año entero prometido;
quería hablarles del más allá de la caverna:
de vaceos, de vetones y de celtas,
de Numancia, del Duero, del Generalife,
de moros y de gitanos…
Yo quería narrar mis jornadas bebiéndome paisajes
que ellos solo han visto en los libros que dejé…
Fui otra, sin embargo, sin palabras y sin respuestas,
solo oídos para escuchar confesiones malditas de malditos pecados.
Yo fui solo oídos en el parque de mi pueblo
sentada en el banco donde apenas hablé
sin un trago de ron, ni una sonrisa, ni una canción escasamente.
Fui el banco silencioso, la soledad de la tarde, la hojarasca
los pájaros, el vacío de la caverna, la ausencia de los amigos.