Por primera vez en Ávila, después de tres décadas viniendo a España. Interrumpe una gira para iniciar otra: hace apenas unos días cantaba en Las Tunas, mi ciudad, ante 25 mil espectadores que corearon Para vivir y, por supuesto, Yolanda.
Pablo llegó al Lienzo Norte precedido de Buena Fe, el dúo que conforman Yoel (guitarra y segunda voz) e Israel (voz prima), excelentes y muy populares músicos con una trayectoria de once años cantando dentro y fuera de la Isla. Hicieron gala de su nombre al aguantar estoicamente los reclamos del público que no escuchaba más que un eco montado sobre otro, por culpa de los técnicos de sonido y quién sabe si de los organizadores, pues luego supe que los artistas habían llegado sin tiempo ni para enterarse de que las murallas suelen estar iluminadas a una hora por la noche y que en esta ciudad es casi obligado comerse un chuletón, venga a lo que venga el visitante.
Y los pobres guajiros guantanameros se llevaron el disgusto, solucionado a medias, de cantar por primera vez ante un público que no se estaba enterando de nada y del que salió el por qué no te callas del rey, tal vez sugerido por la camisa roja que al parecer Pablo Milanés llevará a todos sus conciertos, pues en Guantánamo, Holguín y Las Tunas anduvo con su camisa a lo Hugo Chávez, aunque en favor de Pablo debo decir que este parece ser su estilo, pues en los 80 y los 90 siempre llevó camisa de rayas, véanlo en Youtube.
Llegamos a la cafetería del Lienzo Norte con tiempo suficiente para bebernos una copa y saludar a los amigos. Allí escuché a más de uno pronunciar el nombre de Yolanda, título de esa canción tan conocida y solicitada, no sé bien por qué todavía, pues no es ni la segunda entre mis favoritas, desde los años de Experimentación Sonora del ICAIC, mucho antes de que pisara las calles de Santiago ensangrentada.
Pablo me dejó con las ganas, aunque al parecer gustó a la mayoría (solucionado el tema del audio a costa de Buena Fe), a juzgar por los aplausos intensos de un público poco dado a exteriorizaciones de este tipo. Yo esperaba otras canciones, aquellas que me hicieran evocar mis años de juventud, de universidad, Yo no te pido que me bajes una estrella azul, solo te pido que mi espacio llenes con tu luz…, que podría haber cerrado, como hace más de veinte años, un concierto en el que todos, desde el Pablo de entonces hasta el último guardia de seguridad, cantábamos emocionados una letra en las que todos nos reconocíamos.
Al parecer los años de profesión han terminado por imponer el oficio y la técnica y guardarse la emoción para momentos y sitios muy contados. O tal vez Ávila ha acusado su gravedad, muy notable en la timidez con que coreó el eternamente Yolanda que en las plazas cubanas en este mes de noviembre hizo retumbar el eco de casa en casa, como decía aquella otra canción de hace tanto.
Yo no sé si está cansado Pablo, si llegó con tan poco tiempo, que no se hizo a la idea de que lo esperábamos, especialmente los cubanos que como yo, íbamos dispuestos a tararear y a llorar en medio de evocaciones y nostalgias. Repito que el concierto me supo a muy poco; tal vez somos exigentes los cubanos, exigentes y egoístas, ¿o es que Pablo donde se siente verdaderamente cómodo es frente a 20 mil espectadores que no pagan un centavo por escucharlo, acompañarlo en sus conciertos en las plazas de las ciudades cubanas? Me niego a creerlo, porque él mismo declaró que lleva treinta años visitando y cantando en España.
Esperemos que mis paisanos y los españoles de Bilbao, Granada, Burgos y Ourense tengan mejor suerte, que para ellos suenen con la pasión de los años 80 los acordes de Yolanda, El breve espacio, Años y Para vivir. Mientras tanto me pongo en casa dos de los ya lejanos LP, No me pidas (1978) y Querido Pablo (1986), brindo por él con Havana Club 3 años y me pierdo entre la bruma de mis mocedades junto a todos los que me acompañaron entonces.