Pensar a Cuba, pensarnos, explicar cómo nos vemos, cómo creemos ser vistos...
Escribir sobre ello y más.
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jueves, 14 de octubre de 2010
Santa Teresa de Jesús, Gotarrendura y yo
Esta casa, en la Calle Nueva de Gotarrendura, bien pudo ser la de Venegrilla
Cuando enseñaba literatura en el Pedagógico de Las Tunas intentaba trasmitir pasión y cultura, las dos cosas a la vez; porque no entiendo la literatura ni la historia si ambas no están tocadas por la pasión, a fin de cuentas quienes escriben una y hacen la otra, están animados por sentimientos muy fuertes, es decir, altas o bajas pasiones.
Yo intentaba que allí, donde había que poner pasión, mis estudiantes se sintieran llevados, o mejor, arrastrados por la emoción de conocer a los escritores y sus obras y sus épocas con la pasión que, con toda seguridad, los protagonistas pusieron en sus creaciones.
Así me sucedió cuando me tocó explicar la mística de santa Teresa de Jesús, pues ya se sabe que más allá no se podía llegar en un país que pasa por laico, pero se las trae con lo del “ateísmo científico” de los marxistas soviéticos. Vi a mis alumnas interesadas en las lecturas: preguntaban, opinaban, leían, ¿pero qué? Más bien poco, pues yo pude “conseguir” el Cántico Espiritual de San Juan, pero escasamente unos cuantos poemas en una antología, ni siquiera Las Moradas…
Y a la vuelta de casi dos décadas, me veo una mañana en los Cuatro Postes, emocionada hasta los huesos, con las murallas que más que ver, adivinaba en una vieja Historia de España que ni siquiera estaba entre los clásicos “recomendados” para enseñar el siglo XVI español. ¡Ahí quiero vivir!, me dije. Y así está siendo. Entonces empezó la pasión por conocer la historia contada por sus piedras, por los protagonistas, por sus paisajes, sus inviernos (¡sus inviernos!), la historia leída en sus escenarios naturales.
Pero me faltaba Gotarrendura. No entraré en la historia de La Santa de golpe, sino poco a poco, tal y como me han enseñado a saborear los vinos y a robarme las visiones de sus paisajes en los cuatro puntos cardinales que ya voy conociendo.
Necesitaba mucho más de Gotarrendura; algo que me ligara a este pueblo singular, a su gente y a su historia, porque estar en la Calle Nueva, en la plaza, en La Cerca, en el camino desde el que se disfrutan atardeceres tan extraordinarios como célebres no era suficiente. ¡Y los historiadores me llevan tanta ventaja!
La solución era escribir una obra de ficción, que es territorio ilimitado y público, y volcar en ella algunas claves, si bien contenidas, con todo el deseo de agradar, procurando que los del pueblo se sientan reconocidos, reflejados en una historia que bien pudo haber ocurrido (esto siempre lo decimos los escritores, pero es la pura verdad), puesto que los indicios están expuestos con toda intención.
Y anoche, exactamente a las nueve, suena el móvil. Solo podía ser la noticia de que me habían concedido el premio al XI Concurso Internacional de relato corto “LA MORAÑA”. ¡Conseguido!, pero no el monto en metálico, que no es nada despreciable, sino la oportunidad de que el relato sea leído, conocido, reconocido allí. El premio es otro: saber que desde hoy también pertenezco al pueblo de los Cepeda y Ahumada.