(Foto del diario La Jornada)
Se cuenta que, junto a la escalerilla del avión que devolvería al Papa a Ciudad Vaticano, Fidel Castro le dijo a Su Santidad, estrechándole la mano, que tenía la paciencia bíblica de Job. Entonces no tuve acceso a la repercusión que la visita de Juan Pablo II tuvo en la opinión pública internacional, y cuando conocí esta frase lapidaria (creerla o no creerla: esa es la cuestión) un sudor frío me subió por toda la espalda hasta la mismísima pituitaria.
¿Qué es para el presidente de un gobierno con medio siglo en el poder afirmar al máximo representante de Dios en la tierra que tiene la paciencia de Job? ¿Y para nosotros, simples mortales, ciudadanos de este país gobernado por un hombre con semejante paciencia, qué representa esa dimensión?
Esta mañana leí un comentario sobre la entrevista que concedió Fidel a Carmen Lira Saade para el diario mexicano La Jornada y me asaltaron sentimientos muy encontrados. Porque parece que ha llegado el momento de reconocer errores (más, quiero decir), si no hay tiempo ya para “rectificar”, al menos disculparse por haberlos cometido, asumir la responsabilidad…, solo que medio siglo después.
Y tocó el turno a la homofobia de los años sesenta (hay que ser ingenuos para circunscribirla a aquella década): “si hay que asumir responsabilidad, asumo la mía. Yo no voy a echarle la culpa a otros…” y la periodista añade, “Sólo lamenta no haber corregido entonces…”, así con los puntos suspensivos y todo. Timidez por ambas partes. Y el entrevistado asume la responsabilidad si hay que…, porque en cualquier caso… (añado mis propios puntos suspensivos).
Pero yo comencé hablando de la paciencia bíblica de Job. No nos queda más remedio que aceptar que hemos sido educados, que nos hemos formado dentro de la Revolución, nos guste o no, es un hecho y punto. Y lo de la paciencia nos concierne a todos. La espera se ha convertido en un arte, ya lo ensayó Rafael Rojas hace tiempo. Ha pasado medio siglo y ahora podemos leer que Fidel asume su responsabilidad frente a la persecución de quienes fueron a parar a aquellas Unidades Militares de Apoyo a la Producción. Pero no fueron solo los homosexuales quienes trabajaron entonces en Camagüey, Santa Clara, Isla de la Juventud… Allí había intelectuales, profesionales de muy variada procedencia que debían hacer su aporte a la sociedad. ¡Y luego aquel congreso de 1971! Es decir, que tocaría el turno a continuación a la disculpa por el modo en que fueron tratados los intelectuales en los años sesenta, setenta, noventa…, me salto décadas por razones de espacio exclusivamente.
En la propia entrevista Fidel reconoce “Internet ha puesto en manos de nosotros la posibilidad de comunicarnos con el mundo”. Pero, quiénes somos nosotros. Creo que tendrá que disculparse por esto también, a pesar de que ―otro de sus vaticinios― muy pronto, con “la conclusión de las obras de cable submarino que se tiende del puerto de La Guaira, en Venezuela, hasta las cercanías de Santiago de Cuba”, seguramente todos los cubanos disfrutaremos de la banda ancha y nos saltaremos los ratos de impaciencia que a él le acarrea la conexión vía satélite con la que muy pocos pueden acceder ahora a la red.
En fin, que no nos queda más remedio que seguir esperando, ejerciendo de Job, y confiando en que en los próximos cincuenta años sigan apareciendo tímidas disculpas en medios periodísticos extranjeros por los duros años vividos, hasta que un día aparezcan en Granma, pues si de esperar se trata, más tarde o más temprano todo llega. ¡Que no se diga que somos impacientes en el último minuto!