Cada domingo por la noche y cada lunes por la mañana tengo que tragarme con la comida y con el desayuno respectivos, las estadísticas sobre la muerte: tantos fallecidos el fin de semana en las carreteras de España…, y a partir de ahí las descripciones de dónde, cuándo y cómo ocurrieron esas muertes, si es posible, con imágenes del desastre: automóviles convertidos en un revoltijo de hierro ensangrentado, con trozos de cuero (a veces cabelludo también), la huella del frenazo que no evitó lo que muestran ahora las imágenes…, y al final el mismo reclamo: llevar cinturón de seguridad, los niños convenientemente asegurados en el asiento trasero, no exceder la velocidad permitida, no rebasar el índice de alcohol, en fin, lo de siempre.
Pero ahí no acaban las necrológicas. O sí. Tal vez ahora que va en retirada el verano, la noticia de los que saltan desde el balcón de la habitación a la piscina, deje de ser noticia. Porque ya van siendo mucho menos los que se bañan en piscinas abiertas, claro.
Mi desconcierto nunca termina los domingos por la noche y los lunes por la mañana. ¿Es que en este país la gente no se quiere la vida? ¿Es que el pensamiento general es el de “a mí eso no me pasa” –hasta que le pasa- y me lo cuentan el domingo siguiente? ¿Es que la alegría de vivir hace que la gente lleve su vida al límite, porque eso es lo que falta, una vez que se ha alcanzado todo? No puedo creerlo, pero son las ideas que me vienen a la mente.
En los años 90, cuando trabajaba en el Pedagógico de Las Tunas, en Cuba, me tocaba viajar de allá para acá por toda la provincia; unas veces en guaguas del Pedagógico, pero otras, y no pocas, debía ir por mi cuenta. Así fue como empecé a viajar en camiones de “los amarillos”. Iba con ellos en la cabina (mis huesos no daban para más), conversaba, me enteraba de cómo piensa un chofer que transporta personas con el mismo desenfado que si llevara vacas al matadero. Una vez pregunté si no era una preocupación la vida de los pasajeros y la respuesta fue tan breve como contundente: “¡Lo único que no es el cubano es suicida!”
Y para ser tan antiguo el parque automotor cubano, para viajar en las condiciones en que se viaja, incluido el mal estado de las carreteras, hay pocos accidentes automovilísticos (si bien alguna vez un camión choca o vuelca y mata a 20 ó 30, pero esa es la cifra para medio año, o para casi todo el año, no es cosa de todos los días). Ya no digo lo impensable que es lanzarse desde una habitación de hotel a la piscina, ¡ni siquiera se hizo en medio de la euforia de poder entrar a nuestros propios hoteles, aunque pagados en dólares, claro!
Veo, para no circunscribirme a Cuba, a los haitianos sobrevivir en infracampamentos tras el terremoto del año pasado y se les nota la resolución de sobrevivir a toda costa. ¿Recuerdan la risa triunfal de aquel negrito (lo digo con todo cariño) cuando el bombero español lo sacó de entre las ruinas a no sé cuántos días del terremoto? ¡Debería ser una lección de fuerza vital! ¿Cómo es, entonces que unos cuantos locos dejan la vida tirada en el carril contrario de una autopista un sábado por la noche?
Pero, en los comentarios del lunes por la mañana, añaden que si bien hubo tantos muertos, la cifra queda por debajo de igual fecha el año anterior.
Todo se vuelve, cifras. Aquí y en todas partes. Solo somos cifras. Ahora la cifra en Cuba es la de medio millón ya sabemos de qué. Y en tres años, 1.3 millones. Pero todos, los cubanos y la mayoría, excepto los que van a morir en carretera, nos aferramos a la vida porque lo bueno, lo verdaderamente bueno, está todavía por llegar.