Pensar a Cuba, pensarnos, explicar cómo nos vemos, cómo creemos ser vistos...

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martes, 13 de julio de 2010

Los cubanos que no vieron la final España-Holanda


Eran las once y tanto de la noche del domingo y 16 millones de espectadores miraban las pantallas deseando que sucediera el milagro. Y sucedió en el minuto 116 del partido. Un ¡goooooool de Iniestaaaaa! sacudió a todos. En España y en medio mundo.
Millones de personas agitados por la emoción aquella noche. Eran casi las seis de la tarde en Cuba. Allí no se va de tapas a esa hora, ni se pone nadie en carretera para regresar tras el fin de semana en el pueblo. Me han dicho que hubo pantalla al aire libre en La Habana para ver el partido, seguramente en el Parque Central donde conocen mejor que nadie los clubes europeos de fútbol, llevan estadísticas, toman partido (ahí sí los dejan) y si se acerca algún curioso con cara de español lo increpan, lo meten en la tertulia y hacen silencio casi todos para escuchar a uno que viene de allá y ese sí se las debe saber todas…
Decía que el domingo a las cinco y pico de la tarde mientras en el Parque Central también andaban con la cara a rayas y alguna camiseta roja, siete familias pensaban atropelladamente. Casi seguro en el hijo, el hermano, el cuñado, el padre que aún no habían visto; en los amigos a quienes ya no da tiempo a abrazar; al vecino que presta una maleta, algún día me la devolverás, o voy yo a buscarla –que es chiste seguro en estos casos–; en la niña, gracias a Dios que ha terminado este curso y tiene el mes de vacaciones para adaptarse a la nueva escuela… Porque mientras meten en la maleta un par de mudas de ropa y poca cosa más, con este calor (con aquel, que además de caliente es húmedo), este ruido, qué habrá pasado que todo el mundo grita delante del televisor, en qué nos vamos para La Habana, dónde nos veremos, en qué momento nos darán el pasaporte, a qué hora sale el vuelo… y mil preguntas de inmediata respuesta, no se piensa en lo que viene después, o lo que se queda en el mismo momento de comenzar un viaje: se queda todo, la casa, el barrio, los amigos, la familia, los recuerdos, los siete años en prisión, unas veces castigados, otras aislados (castigo también), otras trasladados sin aviso a la familia, separados unos de otros, que ya tenemos bien sabido aquello de divide y vencerás. Quién va a pensar, digo, en que no solo hay que adaptarse a la nueva escuela, sino al nuevo barrio (palabra que aquí tiene otro significado aunque se escriba igual), al nuevo país, a la nueva sociedad, al nuevo mundo (sí, al nuevo, no al Viejo Mundo). Quizás a alguno de esos cubanos que no pudieron ver el mundial le haya venido al recuerdo súbitamente el nombre de un pariente lejano que vive allá o de un amigo que se fue hace años o una conocida de un vecino que se casó con un gallego… Nadie sabe, uno nunca está solo del todo.
El momento de gloria de la Roja ya ha pasado. Todo pasa, como dice la canción. Y esto también pasará. Pasó la huelga de hambre, la muerte, la otra huelga de hambre. Las conversaciones. Los sí y los no. Los nombres de los que se van y de los que se quedan. Porque no son cuarenta y cinco, no lo olviden.
Moratinos ha conseguido lo que se propuso. Y Ortega. Y Fariñas.
Me pregunto qué han conseguido los recién llegados. Es cierto que aceptaron voluntariamente venir a España (los cubanos conocemos muy bien lo que significa allá la palabra “voluntario”). De momento todos dirán que han conseguido lo más valioso, porque la libertad no tiene precio (o sí: el destierro).
Lo que más les deseo a estas siete familias es que encuentren aquí la proximidad que necesitan. Y que a la vuelta de cuatro años, en el siguiente Mundial, no hayan perdido la capacidad de alegrarse y de corear lo de Espaaaña, oé, oé, oé.