Va a abrir el cuarto clavel. Hace algo más de un mes que compré la planta; bueno, esa y dos más, a las que se sumaron una Calceolaria y una Kalanchoe, que me regaló Rosa M. poco después.
Dicen que con las plantas se habla porque “sienten”. Yo no he podido llegar a tanto; quien tiene mano para sembrar, no la tiene para criar y viceversa, dice un personaje de Tulipa. Seguramente es así. Yo tuve animales domésticos hasta hace poco; no puedo hablar a las plantas entre otras cosas por fidelidad a Agustina y a Pelusita, mis dos gatas. Pero las cuido (a las plantas, claro); no podría decirse que las mimo, pero las riego como es debido, les evito temperaturas extremas y corrientes de aire. Y las contemplo.
Entonces me sobreviene ese estado filosófico en los que me da por meditar sobre lo grande y lo pequeño, lo efímero y lo eterno y sobre la vida y todas sus formas y sobre lo inexorable de esto y aquello…
Porque somos parte de la naturaleza. Si he de decirlo tal como lo pensé frente a mi cuarto clavel por nacer, debería escribir que somos parte del milagro de la vida, cosa que ha dicho media humanidad y pensado la otra mitad.
Te detienes a observar y no ves aunque la contemples durante media mañana, cómo se alimenta una planta, cómo la nutre el sol y el agua, cómo agradece ella esos cuidados ― que otros convierten en mimos― de cada día. Y a la vuelta de una semana, tienes claveles en el jardín.
No digo cómo ha resucitado la yerbabuena. En el invierno perdió las hojas y los tallos se doblaron sobre sí hasta que se secaron. La excluí, más bien desahucié, como se hacía con los enfermos terminales. Si has agotado todo, si has consultado, pedido ayuda, esperado, vuelto a consultar, aplicado algún remedio, observado…, si has tenido paciencia y la has perdido, o esperanza y la has perdido, si volviste después de una nevada a mirar si por casualidad había algún indicio verde, alguna señal vaya, que te hiciera pensar que se salvaría y no ves más que dos gajitos secos, entonces ya no te quedan opciones, no se puede ir más allá; los cuidados y las esperas (esperanzas) no han servido para nada y renuncias.
Calculas el tiempo que te ha tomado salvar la planta y piensas si habría sido preferible comprarse algunas de plástico, falsas pero decorativas y quizás hasta funcionales. Habrías dejado atrás ese imposible.
Pero ha llegado la primavera y una rama verde le ha nacido, como el milagro que esperaba Machado para su olmo seco. Y yo, que tengo tendencia a filosofar, termino diciendo que no hay que tirar la toalla, que mi yerbabuena ya tiene hojas y aroma y que, con seguridad, el mejor día estoy macerando un trocito de sus ramas en el fondo de un vaso donde colocaré Havana Club (añejo blanco), azúcar, hielo y limón.
Adelanto que para entonces ya tengo claro por qué brindaré.