Era 1989. El año de la caída del muro, aunque para entonces todavía estaba en pie. Me había graduado en julio de ese año y empezaba mi vida laboral donde pretendí desde la entrada a la universidad..., bueno, al Pedagógico, que para entonces eran dos cosas bien distintas. Quería trabajar en la enseñanza superior y lo conseguí. Impartiría Literatura, así que mis colegas eran los profesores de literatura, escritores conocidos y desconocidos. Uno de ellos era Ramiro Duarte.
Estábamos en la biblioteca provincial una mañana cualquiera, supuestamente en una preparación metodológica. Dirigía la sesión Guillermo Vidal. Me preguntó si había leído Se permuta esta casa, que había salido el año anterior. Yo no quería que me sorprendieran con preguntas capciosas, así que me pasé el mes de vacaciones atenta a actualidades literarias nacionales, pero ajena al quehacer en provincias o por lo menos al quehacer literario de Las Tunas, donde había estado una vez a inicios de los 80.
La pregunta me desconcertó y Ramiro Duarte salió en mi defensa: Ella solo lee a los clásicos. También era verdad, así que le agradecí doblemente a Ramiro aquella mañana. A partir de ahí fuimos más que colegas, compartimos fiestas en la casa de Adelfa Polanco, más tarde disgustos, más bien gajes del oficio en tiempos en que estaba de moda ser más profesor de literatura que conocedor de la literatura misma.
Y con el tiempo hemos coincidido muchas veces en tertulias y charlas sobre literatura, la de los clásicos, la de provincia, la que él hace y la que hago yo.
Ramiro es de esos hombre callados que no presume de nada, o sí, de haber nacido en Pozo Salado, un caserío en los montes de Jobabo que creo solo existió para que él naciera. Es un brillante ensayista, un excelente poeta y un prolífico narrador que, sin embargo, no da la batalla por publicar su extensa obra narrativa inédita.
Ramiro escribe a diario, es un trabajador dedicado al oficio, disciplinado y constante. Cuando surgen las ideas, no importa si a media noche, se levanta y se sienta frente al ordenador y trabaja hasta dejar revisado el texto. Así surgió, de un golpe o de una llamada a media noche, y de un tirón, Versiones del nefelibata, que publicó Unión en 2005.
Dejo aquí el inicio del primero de los tres poemas que componen el libro. Es mi manera de publicar un abrazo cordial a un amigo de siempre.
Los hombres van cubriéndose de humo,
sus bocas van llenándose de tierra,
de amarga lejanía sus corazones.
Súbitamente el mundo huye.
Los ojos fijos, en la nube,
en la espiral del viento,
se extasían.
Eran simplemente rostros,
siluetas de ultramar,
caliente primavera que de cuando
en cuando tiene sed,
o que famélica va pariendo gusanos.
(...)