Pensar a Cuba, pensarnos, explicar cómo nos vemos, cómo creemos ser vistos...

Escribir sobre ello y más.

domingo, 21 de marzo de 2010

Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva

El olor húmedo y frío del aire, las nubes azul-violáceas agrupándose vertiginosamente delante del sol, el retumbar lejano e inquietante de las descargas, los relámpagos retratándonos como flashes de una cámara gigantesca, los pájaros apresurándose a sus nidos y las primeras gotas cayendo con fuerza sobre el polvo, eran un regocijo indescriptible. Ha llegado la primavera, nos decía, a mí a y mis hermanas, mi abuela mientras nos avisaba que no debíamos lloviznarnos. Que nos daba catarro, decía.

A mis cuatro años no sabía por qué decretaban que por San José siempre llovía.

Después supe que el 20 de marzo, a una hora determinada, es el equinoccio de primavera.

Lo que importaba entonces era aquel cielo cargado y la alegría, a la mañana siguiente, de las mariposas sobre flores silvestres de color crema, naranja, rojo, púrpura y carmesí y sobre el lila de las varitas de San José, y el croar de las ranas en los charcos a cada lado de la calle mientras regresábamos de la escuela antes de que cayera otro de aquellos aguaceros interminables.

Los muchachos salían a patear charcos y a poner sobre la corriente barcos de papel que naufragaban en la esquina, y en el horizonte detrás de la sabana aparecía súbitamente un arco iris descomunal.

Parece una foto de Disney, pero en aquellos ambientes crecí.

Las primaveras de cuarenta años después son otra cosa. O tal vez son mis ojos los que ven la tarde de San José y el equinoccio de primavera menos brillantes. Y ya no soy capaz de escuchar cómo retumba un rayo en la lejanía. O no retumban aquellos rayos alarmantes. Los paisajes van cambiando con nosotros. Como nos cambia el rostro y el oído. Aunque los niños de estos tiempos sigan viendo nubarrones orlados de amarillo y descubran alguna mariposa en los campos. Yo no sé.

Hoy es el primer domingo de primavera. Cierro los ojos y evoco el aire cargado de oxígeno de mis cuatro años, la risa de mis hermanas cantando Que llueva, que llueva,
la Virgen de la Cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan…, y la imagen de mi abuela-madre llamándonos desde la cocina mientras caía sobre nuestros rostros alegres la primera lluvia de la primavera.

No están aquellas mariposas. Y mi abuela-madre no vigila como entonces mis catarros. En cambio cuido yo, ahora con muchísimo esmero, un jardín completo en mi corazón.


(Nota: La orquídea de la imagen ha cambiado de sitio, pero aún está en la casa materna)