Pensar a Cuba, pensarnos, explicar cómo nos vemos, cómo creemos ser vistos...

Escribir sobre ello y más.

domingo, 28 de marzo de 2010

Lo verdaderamente imprescindible

No me gusta expresar un pensamiento usando como muleta el de otro. Tal vez porque de mis cuarenta y cuatro años, al menos durante treinta y cuatro para ser conservadora, he estado escuchando la muletilla “como dijera José Martí”; quizás otro nombre, para variar, pero con menos éxito y contundencia seguramente que el del Apóstol. Por lo tanto, desde que intento hacerme escuchar y leer evito todo lo que puedo iniciar o terminar mi disertación con la dichosa frase. Pero subrayo “todo lo que puedo” porque a veces no me es posible. Como hoy.

Tal vez porque ha comenzado al Semana Santa, que para mí no tiene más connotación que la estrictamente cultural, no he sido indiferente a una frase de George Clemenceau con la que creo haber tropezado esta mañana en Internet. Quizás también porque una educación de treinta y nueve años no se borra en unos meses. O porque estoy leyendo una muy documentada biografía de Miguel Hernández y a continuación seguiré con Jesús. Aproximación histórica (sí, de Nazaret), una biografía escrita por José Antonio Pagola. O por todo ello a la vez, es que me he pasado el resto del día pensando en el tema de los temas: el de la vida y la muerte. Y vuelve la frase de Clemenceau: “Todos los cementerios del mundo están llenos de gente que se consideraba imprescindible”.

Cuando empecé a escribir versos difícilmente lograba contener mis estados emocionales ante los sucesivos borradores: pensaba en la celebridad y en la trascendencia. También en el dinero que ambas cosas acarrean. Por suerte de esto hace mucho y mucha agua ha corrido bajo los puentes. Un poco más tarde cuando publiqué me bastaba con que se vendieran los quinientos ejemplares de la primera y única tirada que ha tenido Con el ancla en tierra. Quince años después estoy empezando a dejar de creer que soy imprescindible. Soy sincera: solo estoy comenzando a creerlo.

Lo que sí tengo muy claro a estas alturas es que nada ocurre por azar, por un golpe de suerte. No creo que los realmente imprescindibles lo hayan logrado sin esfuerzo, que la trascendencia se alcance sin trabajo y que la gloria sea concedida a perpetuidad.

De qué sirve ir detrás de un Cristo en procesión cuando se lleva por dentro un poco de mala fe y de desamor, que de todo hay en este mundo de Dios. De qué sirve creerse imprescindible a golpe de autoridad y mano de hierro. De qué sirve alcanzar la gloria trepando sobre las cabezas de quienes aspiran a menos aunque trabajen más.

Tener los pies en la tierra, saberme una mortal cualquiera, escribir libros que solo unos cuantos leerán y, “parafraseando al Gabo”, que la suerte me sorprenda trabajando. Esto es lo verdaderamente imprescindible.