Hoy he leído, mientras tomaba el imprescindible café de las once de la mañana, un artículo cuyo titular llamó mi atención inmediatamente: “La Comunidad concede 70.000 euros a una asociación anticastrista”. Nunca antes la palabra “anticastrista” me había chocado como ahora.
Que la Comunidad de Madrid conceda subvenciones para esto o aquello es algo que no me quita el sueño, pero que apruebe una partida para difundir "valores como la libertad, la igualdad, la justicia, el pluralismo y la democracia" (sic.) y que la adjudique a una “asociación anticastrista”, me parece excesivo, pues, amén de otros muchos proyectos que se quedaron fuera, me pregunto cómo se las arreglará la “entidad ligada al partido Unión Liberal Cubana, que preside el escritor y periodista Carlos Alberto Montaner”, para difundir estos valores en Cuba. ¡Si apenas los periodistas y parte de los intelectuales allí tienen acceso a un correo electrónico y a una intranet! ¿Y fuera de Cuba, hace falta difundirlos?
En fin, a lo que voy. La palabra anticastrista, que obviamente se refiere a quienes están contra Castro, sugiere una polarización de posiciones y, en consecuencia, de ideología: castristas-anticastristas. Me pregunto si quienes no están en un grupo, deben estar inscritos directamente en el otro. Porque, para muchos fuera de Cuba, quienes vivimos en el exterior somos anticastristas, y para buena parte de los funcionarios cubanos, también.
Esta clasificación ha pasado por períodos de fervor patriótico y antimperialista (así se ha llamado al sentimiento antinorteamericano por medio siglo), en tanto abandonar Cuba, sin hablar de las razones para hacerlo, significaba ser anticastrista. Pero en los años finales de los setenta, cuando comenzaron a llegar los primeros miembros de la Comunidad Cubana en el Exterior, ya no se hablaba tanto de posiciones radicales, hasta que surgió lo de Mariel en mayo del ochenta y entonces volvimos a las andadas.
Y en los noventa, cuando no hubo más remedio que permitir la entrada de dólares, una chispeante frase cubana ilustró el cambio de signo. Si en mayo del ochenta el grito era ¡Lola, traidora!, en los noventa se decía ¡Lola trai dólar!
¿En unas ocasiones sí somos y en otras no?
Pertenezco a la generación que trabajó en las “obras de choque” de la juventud, que fue a la siembra, limpia y cortes de caña para acumular horas voluntarias y con ellas méritos que la hicieran acreedora de estímulos morales —los más dignos—, que asistió a las marchas del pueblo combatiente y a las de 31 y palante… Y doblando la curva de los cuarenta decidí marcharme de Cuba. ¿Las razones? Nada que ver con el castrismo ni con el anticastrismo, aunque, lo digo otra vez, muchos piensen lo contrario.
Porque si hemos de etiquetar como castristas a todos los que viven en Cuba, solo por el hecho de no querer vivir fuera de la Isla, no habría deserciones cuando los atletas cubanos van a competiciones internacionales, cuando los músicos viajan a plazas de Europa o América a ofrecer “lo mejor de nuestras raíces”, cuando muchos médicos y personal sanitario intentan viajar a Estados Unidos desde Venezuela, donde trabajan inspirados en la “solidaridad y el humanismo revolucionario”…, y un etcétera que tiene claras sus estadísticas.
Sin embargo, cuando apareció la primera noticia en Internet sobre el terremoto de Haití, muchos cubanos que viven en Miami, Tampa, Louisville, Barcelona, en Suecia, Holanda, Alemania, México…, empezaron a preguntar, a través de la red Facebook, qué había sucedido en realidad, si había alcanzado a Cuba el terremoto, si se había levantado la alerta de tsunami…, y cuando las noticias comenzaron a ser más específicas, la siguiente pregunta fue ¿Y los cubanos que están en Haití? Nadie dijo mi primo, mi amigo o la vecina de una amiga que conocí en Santiago de Cuba o Trinidad; todos tuvimos un pensamiento por encima de los afectos personales, para nuestros paisanos que estuvieron o están en riesgo. No es todo. Además de palabras, ha habido gestos de solidaridad: han enviado dinero a Haití a través de los centenares de canales que abrieron los países y las ONGs. Alguien dijo “con lo que he podido aportar, al menos un haitiano se beberá hoy una botella de agua no contaminada”.
No hizo falta un partido político ni una plataforma que “enseñe” valores ni explique lo que se debe entender por pluralidad, igualdad, democracia… Porque lo que más interesa a los cubanos, vivamos en la parte del planeta que sea, es la unidad, comenzando por la familiar, ese pilar tan sólido que ha hecho grandes a las naciones que han sabido crearla, mantenerla y fomentarla.