Pensar a Cuba, pensarnos, explicar cómo nos vemos, cómo creemos ser vistos...

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martes, 5 de enero de 2010

Tres preguntas probables a Sus Majestades

No pasaron por mi calle Reyes Católicos, en Ávila, aunque hubiera sido más coherente por tratarse de los Tres Reyes Magos de Oriente.
Explico esto porque nosotros (me refiero a los cubanos) no tenemos tradición y más bien escasa información de este espectáculo que hoy a las diecinueve en punto ocupa a todos, hijos, padres y periodistas (políticos incluidos, por supuesto) en España.
Más que peticiones, tenía a mano preguntas que hacerles a los tres. Ya sé que habrían tenido muy poco tiempo, pero aquí llevo meses escuchando que Melchor, Gaspar y Baltasar atienden a todos, leen todas las cartas y no defraudan a nadie, ¿cómo negarse a tan poco, entonces, o sea, a responder preguntas? Pensadas y repasadas y asignadas a cada una de Sus Majestades:
A Melchor: ¿Ha viajado a las Indias Occidentales? En caso de respuesta afirmativa, habría agregado, ¿a Cuba?
A Gaspar: ¿Sería posible, por una vez en la vida, emprender una regata, en lugar de una cabalgata? En caso de respuesta afirmativa, habría agregado, ¿supondría riesgos añadidos —siempre minimizados por una compañía seguradora— llevar en ella, en la regata, quiero decir, el oro, la mirra y el incienso?
A Baltasar: ¿Se implicarían SS MM en asuntos más allá de la ilusión infantil? En caso de respuesta afirmativa, habría añadido, ¿dejarían sus coronas reales sobre estas tres cabezas: Obama, Zapatero y Raúl Castro?
Un paisano con quien acabo de conversar en Candeleda (la Andalucía abulense) definía en una breve frase al cubano de a pie (es decir, a todos): “a mí lo único que me importa es trabajar, tener un poco de dinero para vivir lo mejor que se pueda, en mi casa y con mi familia”.
De eso se trata, Majestades, de vivir lo mejor que se pueda junto a la familia, o sea, como seres humanos.
Por eso, aunque mis tres preguntas pueden parecer muy simples, habrían podido tener respuestas esperanzadoras para los cubanos. Y fíjense que no he aludido a nadie más que a ellos tres, ni a uno solo de los cientos de personajes que forman parte de este séquito espectacular que derrocha fantasía (y dinero, pero lo económico hoy no viene al caso). Bastaría con que se hubieran aparecido por allí con la majestad, la divinidad y con alguna profecía (no importa cuál, solo que fuera buena). Solo eso.
Habrían dejado impávidos a los niños; me los imagino con sus ojos como platos, dando carreritas junto a los tres camellos, intentado acercar sus manos a esas otras tan legendarias como desconocidas y por un rato, solo por un breve tiempo, se habrían olvidado de esos juegos habituales en los que, como los de mi barrio de Las Tunas, interpretan a los vendedores callejeros, pregonando ¡plátano burro a dos por cinco pesos!, jugando a que no saben dividir y a que desconocen las muñecas lloronas, los mp4 y “algún otro detalle”, como respondió una niña española a la pregunta del periodista: ¿qué has pedido a los Reyes Magos?