El día 25 de noviembre mi madre habría cumplido años. Hace tres escribí estos versos que, solo ahora, me atrevo a releer:
I
Se marcha la dama
blanca.
Pongo entre sus manos
azules
un ramo de gardenias.
Aquellos ojos hermosos
en los que tanta novela leí
miran ya al infinito
hacia el que viaja.
Se va esta mujer
hermosa,
pasa, elegante, aun con
tan exiguo aliento.
Y yo, que intento
apresarla entre mis brazos,
tengo el corazón en la
garganta
y entre latido y latido
no encuentro espacio
para decirle adiós.
II
Iba la hija como rémora
sobre el cadáver en que
la madre se convertía.
Bogaban sobre la
corriente
en la que pierde la
madre inexorable las últimas batallas.
Se aferraba la una al
cuerpo inerte de la otra…
Navegarán juntas
caerán por los
despeñaderos y las cataratas,
se hundirán aguas abajo,
pero la madre llegará
sola, en uno de esos amaneceres,
al borde azul de su litoral definitivo.