No soy católica. No profeso ninguna religión. Pero el Jueves Santo, en el Cristo de Medinacelli, pedí con vehemencia por tres mujeres buenas: por la salud de dos y por un premio a la bondad y el amor de la tercera. En Barcelona, el Sábado de Gloria, en la Basílica la Sagrada Familia (ningún nombre más apropiado, en un día tan notable), pedí por la reunificación, aunque fuera temporal, de una familia. Pedí porque se les concediera una tregua. Los padres en Cuba; la hija, el yerno, los nietos (el menor de dos años), en alguna parte de Estados Unidos. Tres años largos sin verse, hablándose escasos minutos, acuciados por el precio exagerado del minuto a Cuba, imaginando, por las lacónicas descripciones, la cara del nieto, bebiéndose el acento, ya distinto, de la nieta, cinco años después de marcharse del pueblo.
Tres largos años de espera, de
planes fraguados con el susto, la angustia y la inseguridad de llevarlos a la
práctica, debían haber concluido hoy con el sí de una funcionaria de la Oficina
de Intereses en La Habana. Hoy alguien pudo haber hecho feliz a la familia
entera, haber regalado, tal vez, la última alegría a los padres, cansados de
las batallas cotidianas, alentados por la esperanza de que, al fin, les
llegaría el trámite final para el reencuentro esperado, imaginado, soñado…, el regocijo
de dos nietos expectantes en la otra orilla y la seguridad de unos hijos que
irían más felices al trabajo, ellos que lo tienen, del que dependen, al que le
han dedicado esos tres años enteros para reunir un dinero que de otra forma es imposible…
Pero la funcionaria dijo no y en un segundo los tres años de
espera rodaron al vacío donde seguirán cayendo quién sabe si uno, dos, tres…,
cuántos años más.
Leí en Facebook que Yoanis Sánhez
fue recibida con respeto, con admiración, quizás con sana (o malsana, a saber)
envidia en Miami; leí que ella es la voz de la Cuba actual. Seguramente con su
largo periplo internacional la opinión pública corrobora que “algo se mueve en
Cuba” –esa odiosa frase con la que me siento herida y ofendida–. Yoanni está
hoy en Miami, por eso no puede decir en su blog que esta misma mañana, en dos
horas largas de entrevista, unos funcionarios han dicho no a todos los que han
amanecido en la acera de Malecón; no puede describir la tristeza callada de los
que han visto caer a sus pies los Cristos rotos frente al mar que no cruzarán.
“Hoy Dios ha estado sordo”, escribe
mi hermana en Facebook, mientras busca las palabras con las que dirá a los
hijos que este verano la abuela no paseará con ellos, que le habrían enseñado
una ciudad ajena al corazón de piedra de aquellos que ignoran que la familia es
sagrada, aunque no esté en los templos.