Pensar a Cuba, pensarnos, explicar cómo nos vemos, cómo creemos ser vistos...

Escribir sobre ello y más.

jueves, 21 de junio de 2012

Una tregua en Cuba


Aterrizamos con turbulencia severa. Que no se te olvide que estás llegando a Cuba en medio de la temporada ciclónica. Después, las dos consabidas horas en la Aduana. Que no se te olvide…
Y el tiempo transcurriendo. ¡No hay manera de estar sin la mortificante idea de que todo pasa! ¡Y quince días son tan pocos días!
La Habana, más vieja cada día, exhibía sus humedades al por mayor. Para decirlo con palabras de escultor o de arquitecto, la pátina del tiempo (¡otra vez el tiempo!) dejando su impronta en los muros de la ciudad.
Yo no sé por qué no consigue enamorarme esta ciudad cantada y contada por foráneos y naturales. Mirando la bahía desde lo alto del Ambos Mundos, yo debería estar poco menos que llorando de emoción; en cualquier caso, subyugada por la quietud brumosa y fresca del Caribe en los inicios de junio. Pero no. Así que prefiero seguir viaje al “interior”. Esta vez hasta Santiago. Mirando el paisaje, esas áreas verdes que es Cuba según los habaneros. Y contando, en tono quizás demasiado coloquial, la historia que me salta al paso en Santa Clara, el Escambray, los llanos de Camagüey, la costa sur hasta la desembocadura del Sevilla en un lamentable litoral que te deja la rara impresión de haber llegado a Haití. Luego la cuenca del Cauto con su extensa llanura a nivel del mar, el Contramaestre, las elevaciones de la Maestra y los pintorescos palmares de las lomas de Santiago.
Pero la Ciudad Héroe tampoco llenó mis expectativas: todo ruido y una larga fila de menesterosos que han aprendido a la perfección el oficio de exhibir sus miserias de nueve a cinco…. Sólo encuentro a Heredia. Me pregunto dónde está la Revolución.
Vuelvo a los míos, a un templo levantado a golpe de coraje e ilusión. Queda oficialmente inaugurado con diploma de honor a su artífice. Y brindamos con Rioja y con Cristal y con Havana Club. Y leyeron nuestros relatos y nos contamos los sucesos de todo este año y hacemos fotos para acallar la nostalgia del siguiente y compartimos la felicidad del futuro ingeniero y nos reímos, que era mi propósito y mi deseo: verlos reír en una Cuba que se cae a pedazos, pero que no logra ni con su medio siglo de insistencia, quitarnos la alegría de vivir.
Y me voy a Las Tunas, a su universidad donde me esperan los amigos para que les cuente cómo escribí una novela que todos quieren tener esa tarde. En la televisión provincial me recibe Waldina, y hablo con Lázaro y con los tuneros a la hora del mediodía. Y nos vamos a brindar con Havana Club por la alegría de estar una tarde de lluvia alrededor de la misma mesa, y perdono a los que fuman y me dejo llevar un rato sin mirar el reloj, porque tengo conciencia de es una tarde excepcional.
Vuelvo a La Habana y el malecón sigue acogiendo a los pescadores de casi nada, a los músicos que un buen día me tropezaré en Barajas, a los impertinentes inquiriendo con actitud cuasi agresiva, ¿español?, a la pareja de enamorados de cualquier edad mirando fijo el horizonte, al que vende lo que sea en medio de su lucha…
Me voy a Plaza de Armas donde unos constructores dosifican con cuentagotas su trabajo y los vendedores quieren a toda costa que me compre una boina del Che.
Es sábado y cae la tarde sobre la ciudad. El sol se pone tan despacio como los ritmos de este país que va quedando bajo las alas del Airbus. Otro año por delante para todos, me digo, y allá, entre las luces que empiezan a apagarse, va quedando todo lo que, una vez más, traigo en el corazón.