Pensar a Cuba, pensarnos, explicar cómo nos vemos, cómo creemos ser vistos...

Escribir sobre ello y más.

domingo, 31 de julio de 2011

Cuando niña yo saqué la cuenta…

Los de mi generación se acordarán de la letra de esta canción de Silvio que tarareamos, como tantas otras, allá por los queridos ’80.

Ayer amanecí con ella en la cabeza. No hace falta, ni quiero ocultar mis 46 recién cumplidos, porque internet se encarga solito de publicarlo, si no, prueben a hacerse una cuenta en mil sitios y verán que si no entra la fecha de cumpleaños y el sexo, te está devolviendo, con comentarios en rojo, a los campos sin cumplimentar. Por cierto, hace un par de días estaba en esas y decidí, más por cansancio que por negar mi edad, entrar cualquier dato, puse nada más y nada menos que la fecha de ese día, así que el mensaje a continuación fue gracioso: ¡había nacido después de crear la cuenta! Volví a poner 30-07-1965 para que apareciera el OK de turno.

En fin, que allá por los ’80, decía, todos sacábamos la cuenta de nuestra edad en el momento de cambiar de siglo y de milenio, porque el advenimiento era entonces una esperanza como un templo, o como el paraíso, vaya, que se nos prometían doradas entonces. Bueno, pues sin sacar demasiadas cuentas, pasó y pasé aquel minuto de la llegada del milenio en La Habana, en un banquito recién restaurado de la Avenida del Puerto, y ni este fuego artificial; el único ruido de esa noche fue el cañonazo (a lo mejor electrónico) de las nueve en punto.

Once años después estoy recordando cuántos tuve en el dos mil y los que han pasado ya, por lo que he pasado y todo eso de que no hay nada como ver detrás de una curvita los cincuenta esperando para atraparte, hacerse contigo, traerte esos cambios hormonales que nos empeñamos en disimular a toda costa, volverte más cauteloso, más pensador en mi caso, hacernos pensar en lo que tengo, en lo que gané y lo que perdí y en lo que me falta por hacer (no solo hay que plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo, hay más cosas en el mundo).

Pasé el día en Gredos contemplando cimas, copas de pinos y horizontes a la caída de una tarde dorada (no porque haya cumplido años, sino porque en esta época es un espectáculo ver atardecer en estas latitudes) y tratando de descubrir qué cambios se estaban produciendo en mí a lo largo y ancho de cada minuto del día, no solo en lo somático, sino en lo psicológico. Y la única conclusión después de un examen tan prolongado ha sido la euforia de saberme capaz de emprender con energía, voluntad y sentido positivo proyectos acariciados desde que el dos mil sonaba a puerta abierta, a maravilla que silbaba el porvenir.

No soy dada a colocar fotos en redes sociales, ya lo han comprobado, pero esta vez quise hacerme una entre pinares, recorriendo un camino que se prolonga hacia adelante, con rectas y con curvas, pero sobre todo con pinos esbeltos y centenarios alzándose majestuosos en las cumbres de Gredos.

… que mis gustos musicales se hayan afinado no impide que terminara el día tarareando aquello de “hínchese la vela, ruja el motor, que sin esperanza, dónde va el amor…”