… leer cada día afirmaciones de esos columnistas que creen conocer el mundo como la palma de su mano.
Ayer (3 de junio) leí en Diario de Ávila la opinión de un lector que afirmaba algo así “habría que comenzar a pensar en si seguimos empadronando inmigrantes en Ávila”, y cerraba su comentario preguntándose ¿a qué le tenemos miedo?
Hoy alguien escribe que a la llegada de los barbudos, La Habana era un prostíbulo y que “medio siglo después, hecha la Revolución, toda Cuba es un prostíbulo”.
Me pregunto cuáles son los argumentos, las estadísticas, la experiencia en fin, para afirmar tal cosa.
No se puede ir por el mundo afirmando esto o aquello solo porque una experiencia individual deje una impresión en quien la ha vivido. Como decía Félix Pita, “una espina de mal grano/no condena todo el grano del trigal”. Yo no podría decir que porque algún ayuntamiento promovió la discusión en torno a si empadronar o no a los inmigrantes, toda España es xenófoba. Porque la palabra suena mal, porque el concepto es ofensivo y porque es completamente injusto; sería imposible que semejante afirmación pasara desapercibida.
¿Debo entonces tolerar que alguien diga que hoy Cuba es un prostíbulo? ¿Qué somos entonces las cubanas?
La afirmación es tan cándida que no se sostendría ni dos minutos en una confrontación. Pero, a la vez admito que me cansa mucho que una y otra vez, cuando alguien se entera de que soy cubana, surja el comentario aparentemente inocente de la política cubana y la posición de cada cual –la mía en este caso.
Que tengamos opinión, del tipo que sea, no significa que cada dos por tres haya que estar “adorando ídolos” o “descabezando estatuas”.
Hace poco leí en El Parque del Ajedrez un comentario interesante. Decía más o menos “a los cubanos que nos dejen en paz como estamos, que no queremos que nadie nos diga lo que tenemos que hacer, que nos critiquen cómo vivimos o cómo podemos vivir mejor, pero nosotros solos”, algo así como aquellos dos versos que todos aprendimos en los primeros años escolares “sin patria, pero sin amo”, para quienes, desde el exterior, diseñan una Cuba a medida.
No me corresponde decir dónde hay más o menos prostitutas, que ya se encargarán los nacionales de señalar sitios (los hay, claro que sí). Solo que cansa mucho esto de tolerar afirmaciones sacadas de la chistera. Que porque alguien aprovechó la superoferta de El Corte Inglés y se fue a La Habana-Varadero dos noches y tres días en un viaje más barato que ir a Mallorca en enero, regrese anunciando que próximamente dará una conferencia sobre los últimos dos siglos de historia de Cuba. O aquel otro que vi en una feria de antigüedades y se dolía de las pobrecitas adolescentes que ofrecían sus cuerpecitos tiernos en Quinta Avenida para dar de comer a su madre anciana… Mitos. Esos mitos que salen de comentarios tras los que parece esconderse el morbo y, quién sabe, unos remotos deseos de escapada al Caribe a ver cómo puede librarse de las cuatro décadas de rutina matrimonial que tan mal se aguantan cuando la imagen de un pueblo que sabe reírse a pesar de los pesares salta por encima del océano Atlántico.