Pensar a Cuba, pensarnos, explicar cómo nos vemos, cómo creemos ser vistos...

Escribir sobre ello y más.

jueves, 5 de mayo de 2016

¡Qué bolá, Chanel!


Foto tomada de El Mundo
Dice El Mundo que “a la nueva Cuba del deshielo sólo le faltaban el glamour y el lujo para demostrar que va cambiando paso a paso tras el acercamiento con Estados Unidos” y El País cita a los famosos que vieron el Prado convertido en pasarela por la que con el rubio sol del atardecer, etcétera, desfilaron los modelos que exhibieron la colección Crucero…
Que Cuba se va “abriendo”, descongelando, diríamos en buen cubano. Que se vuelve a poner de moda el “¡Qué bolá, asere!”, porque así saludaron Obama a Pánfilo y Vin Diesel, el de A todo gas, a los pocos habaneros que se colocaron tras las barras (como siempre) que dejaron franco el Prado a los invitados, los Castro Junior’s entre los primeros.

Luego la colonial Plaza de la Catedral para el famoseo que ya aburre en Europa…

¿A quién beneficia esta presencia en La Habana? Dice la opinión pública, que siempre tiene la razón, que son los signos de los nuevos tiempos. Que Obama, los Rollings y ahora Chanel son señales de que no hay marcha atrás. Y todo eso.

De modo que tras cincuenta y pico de años pasando el Niágara en bicicleta, solo hacen falta tres cosas, un presidente americano, negro, demócrata y premio Nobel, para más, un mito sobre el escenario, un actor de cine y el Prado travestido en glamour para que nos olvidemos de una dictadura que ha asfixiado varias generaciones, exportado guerras a África, financiado guerrillas en Hispanoamérica, facturado sus médicos, sus maestros y muchos otros técnicos a Venezuela, Guatemala, Angola, Ecuador…

Cuba se está convirtiendo en una desgracia. Si no, busquen en internet (a mí se me revuelven las tripas nada más intentarlo) el recibimiento tributado al primer crucero de USA, la marcha, cada domingo, de las Damas de Blanco, especialmente cómo terminan, las noticias de accidentes de tráfico con estadísticas y todo, en el que aparecen los medios de transporte en el que hay que desplazarse de un extremo a otro de la Isla, la de los cubanos varados en Centroamérica, los balseros que siguen llegando a las costas de la Florida, ahora grabados con sus propios móviles y subida la arribazón a las redes sociales; el estado de las carreteras, de los hospitales, de las tiendas (shoping), la cara de desencanto de la gente fuera de los circuitos turísticos.

No sé cuándo empezará a olvidarse el mito de los cubanos alegres, cumbancheros, hospitalarios y todo ese etcétera de los cándidos turistas que ahora empiezan a copar los hoteles, las casas de renta, las barras con sus veintisiete mojitos hechos en serie para asombro de los sedientos; de las mulatas divinas con esa risa de oreja a oreja ofreciendo su… país al visitante admirado y se empezará a pensar en que, digan lo que digan, todo eso que llaman “señales de cambio” no son más que guiños del gobierno actual para que lo dejen en paz en su inamovible sillón octogenario que pasará a la generación siguiente sin que ni dentro ni fuera cambie de verdad nada. ¡Créanse que es imposible el castrismo sin los Castro!

¿Qué ya no estamos donde estábamos en 1994? No; ahora estamos mucho peor, porque el gobierno ya sabe cómo tener eso que llaman “mano izquierda” con la opinión pública internacional y cómo dar un poco de circo y algo de pan (y de pescozones) al pueblo, puesto que allí nunca usamos la palabra ciudadanos, que suena a burguesía pura. Con que se lleguen de vez en cuando algunos famosos a La Habana y digan ¡Qué bolá!, ya habrá titular en los diarios de aquí y de allá. Algo se mueve, dirán. Y al mojito, asere, que hace un calor de tranca.